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Qué es un Mandala?

  • floresdebachconsul
  • 19 dic 2016
  • 6 Min. de lectura

Por Norma Osnajanski

Escribir es dibujar mi mándala y a la vez recorrerlo:

inventar la purificación purificándose.

-Julio Cortázar

La tierra, el sol, la luna y los planetas, el ojo humano, el ombligo, la araña en el centro de su tela, el átomo y sus electrones, la rueda, el útero en el que anida la vida humana y animal, las flores, los cristales de nieve, una lágrima, las células de todos los seres vivientes... Círculos y más círculos. Parecería que allí hacia donde dirijamos la atención, nos encontramos con la omnipresencia de las for­mas circulares. Y será por eso, precisamente, que, desde el comienzo de los tiempos, los seres humanos crean y colorean mándalas, círculos simbólicos que nos llevan a nuestra esencia, totalidad e integración.

La palabra mándala es de origen sánscrito y está com­puesta por las expresiones manda (esencia) y la (concre­ción). Podría traducirse, entonces, como concreción de la esencia. En pos de este anhelo, personas de distintas cul­turas, desde el pasado remoto y hasta la actualidad, han creado -y lo seguirán haciendo- estas figuras de infinitas variaciones, que, básicamente, se organizan en forma radial, con un centro y una periferia.

¿Para qué sirve?

El sabio chino Chuang Tse expresó bellamente un dile­ma para el que la agitada vida moderna ofrece pocas res­puestas: "Cuando uno está cambiando, ¿cómo sabe que el cambio está ocurriendo? Cuando uno no está cambiando, ¿cómo sabe que el cambio no ha ocurrido ya? Quizá tú y yo aún estemos soñando y todavía no nos hayamos des­pertado [...] Conténtate con lo que está ocurriendo y olvida el cambio: entonces puedes entrar en la unidad del mis­terio del cielo".

Contentarse con lo que está ocurriendo y olvidar las urgencias surgidas del "yo quiero" y "yo debo' es precisa­mente uno de los primeros efectos que produce el dibujo o la pintura de un mándala. Desde esta perspectiva, cons­tituye un remanso para mitigar el dolor de sentirse disper­so, fragmentado y confuso. Y lo cierto es que casi nadie escapa a esta sensación: parece una condena de la mente pensante, de la mente humana, la ilusión de sentirse supe­rior a todas las demás estructuras y formas de vida animal, vegetal y mineral. Junto con esa ilusión surge inevitable­mente la vivencia de sentirnos a nosotros mismos separa­dos del resto. "Esa ilusión -subrayó alguna vez Albert Einstein- es una especie de cárcel, que nos encierra en nues­tros deseos personales y reduce nuestra capacidad de afecto. Nuestra tarea debe consistir en liberarnos de esa cárcel."

Colorear un mándala es una llave maestra para salir de esa prisión. No es la única, por supuesto, pero su simpleza esencial la diferencia de otras vías que buscan conducirnos al gozo de la unidad proponiendo complejos sistemas, tales como el chamanismo, la alquimia o incluso el yoga.

EL CENTRO INMÓVIL Y ETERNO

Como símbolo de la totalidad, el mándala nos lleva de la periferia al centro y viceversa, en movimientos circulares y alternativos, cada vez que lo recorremos con la mirada.

Es la eterna danza ritual de la vida.

Dentro de cada una de estas Figuras circulares, los sím­bolos, las representaciones numéricas y los colores están organizados alrededor del punto central y forman una representación condensada del universo. Se activa así un espacio sagrado que posee en sí mismo la estructura ener­gética del cosmos. No es algo que debamos estudiar en alguna universidad, simplemente ¡lo experimentamos! Porque, al internarse en el mundo de los mándalas, un niño de seis años y un ejecutivo de cincuenta, una ado­lescente y su abuela, un aldeano del África y un erudito académico de Harvard pueden experimentar la misma alegría intuitiva, el mismo deleite sereno e idéntico des­pliegue creativo.

Esta cualidad universal y "democrática" de los mán­dalas encuentra uno de sus fundamentos en que, al colo­rearlos, estamos reproduciendo en imágenes los princi­pios fundantes de los procesos de cambio. El sentido común nos confirma lo que los ancianos y sabios de todos los tiempos han afirmado: que vivimos en un esta­do de cambio constante. Y hay cambios que podrían lla­marse "comunes y corrientes", pero ¿qué decir de los momentos de crisis en los cuales la vida habitual se alte­ra y nuestras percepciones más profundas se estremecen? La vivencia del caos asusta. Quisiéramos que todo siguie­ra igual, aunque ya no nos sirva o nos haga sufrir. Pero, frecuentemente, la transformación es indetenible, y nos vemos sumergidos en una explosión como quizás haya sido la del Big Bang original (que, en forma y contenido, es también un mándala).

¿Corno atravesar estas experiencias, cómo "entre­narnos' para fluir sin temor a perder el centro? También en esto, los mándalas pueden ser nuestros maestros ya que en ellos es muy fácil advertir un cen­tro inmóvil que nunca se pierde, por agitada y caótica que parezca la periferia. Lo saben los místicos sufíes, que giran incansablemente en sus danzas derviches (otro mándala), los novios que ritualmente bailan su vals (un mándala más)... y todos los que penetran mandálicamente en esta imagen del universo que se origina permanentemente a partir de un centro, que tiende a alejarse de él y, al mismo tiempo, retorna sin extraviar­se y se regenera a sí misma.

Como la vida. Como nosotros, si estamos dispuestos a ello.

LOS COLORES EN LOS MANDALAS

En la actualidad, ni los más escépticos se atreverían a negar que las vibraciones características que posee cada color influyen en las personas. Por esta razón, uno puede tener a la vista la siguiente tabla cuando desee crear o ilu­minar mándalas con el fin específico de aliviar alguna dolencia o transformar sus estados de ánimo:

Azul: relacionado con la búsqueda de la verdad, la feli­cidad y la inteligencia. Aporta calma, induce a la con­templación. En el plano físico, se asocia con la gar­ganta y, en general, con el tronco y las extremidades superiores.

Rojo: el color de la valentía, la acción y el entusiasmo apasionado. Contribuye a despertar la vitalidad. Se aso­cia con los genitales, la sangre y el sistema circulatorio.

Verde: el puente que conduce a la armonía y a la creatividad surgida del entendimiento. Aporta sentido de autoconfianza. Se relaciona con el hígado y con las dolencias derivadas del estrés.

Amarillo: tradicionalmente, se lo relaciona con senti­mientos obsesivos, como la envidia y los celos. Pero tam­bién es el color que aporta claridad de pensamiento, luminosidad emotiva y asertividad. En el nivel físico, está asociado con el aparato digestivo y con el sistema nervioso.

Anaranjado: el color de la independencia, del coraje y del sentido práctico. Aporta estímulo sin apresuramiento. Está conectado con el colon, con los ríñones y la región lumbar en general.

Violeta: es el color espiritual. En sus diversos matices, se refiere siempre a la intuición, a la religiosidad y a la sabi­duría. Compensa los raptos de soberbia. Físicamente, se relaciona con el cerebro y con el sistema inmunológico.

Dorado: simboliza el camino medio que abre las puer­tas a la inteligencia del alma. Revitalizador. Conectado con la tiroides y con la piel.

Plateado: apaciguador de las emociones violentas y facilitador de la ecuanimidad. Asociado con las comple­jidades del sistema hormonal.

Negro: el color de la disciplina, del control y de la lucha idealista. Cuando aparece en el aura, denota enfermedad.

Blanco: la pureza, la fe y la esperanza. Aporta tonici­dad emocional. Está relacionado con los globos oculares y con el sistema linfático.

EL EQUILIBRIO POR MEDIO DEL COLOR

Un modo muy sencillo de alcanzar el equilibrio personal es tomar en cuenta las propiedades de cada color y elegir el opuesto al estado de ánimo en el que uno está polari­zado. Luego, buscar que ese sea el color preponderante en algún mándala de creación propia.

Ejemplos:

El amarillo es un color que aporta luminosidad emo­tiva y autoafirmación. Utilícelo, entonces, cuando se sienta amenazado por la duda y el temor, con autoes­tima baja o con signos de estrés en su organismo.

Acostúmbrese a distinguir los matices en sus estados de ánimo y, para ello, apóyese en el color: no es lo mismo sentir tristeza que temor. Si lo que sufre es una tristeza persistente para la que no encuentra motivos inmediatos, recurra al anaranjado, que es el que utili­zan los cromoterapeutas en estas ocasiones.

Algo importante para no perder de vista es que en nin­gún caso habrá que utilizar exclusivamente el color elegi­do (aunque sea en sus diversas tonalidades). Y esto es así porque estamos en el mundo de los mándalas, que apun­tan siempre a la totalidad, a la integración y a la armoni­zación entre opuestos.

 
 
 

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