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Los objetos simbólicos

  • floresdebachconsul
  • 20 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

Cuando un objeto simbólico, como un laberinto o una encrucijada, se manifiesta frente a una persona, aunque esta lo ignore, produce consecuencias que operan en la dimensión de la eficacia de lo simbólico. La cultura actual es una cultura muy desacralizada pero, en esto sucede lo mismo que cuando se coloca una cruz en la pared de una casa buscando un cierto efecto. No es la cruz como tal sino la cruz como llave que abre la puerta a muchas dimensiones a partir de una memoria arquetípica grabada en ella como símbolo. Las personas se comportan, frente a ella, de cierta manera e, inclusive, hay quienes que, con solo saber que una cruz está en el mismo espacio, se sienten protegidos. Entonces, los símbolos irradian significación que posee la capacidad de provocar sacudidas y sorpresas sobre el mundo y las personas. Esto implica que, tener una llave o un látigo, no es tener objetos. Estos objetos son un aldabón que golpea, continuamente, en la puerta de la sombra y, en algún momento, a partir de esta resonancia simbólica, algún proceso se desata, ya que, la eficacia de lo simbólico, es una fuerza tan real como el electromagnetismo o la gravedad. Una fuerza que, en la modernidad, Freud y Jung redescubrieron en el campo terapéutico pero que gnósticos, cabalistas, alquimistas y todo el universo de los pensadores no literalistas habían puesto en evidencia, desde Pitágoras y Platón en adelante hasta Claude Levi-Strauss. Los objetos poseen en sí mismos una memoria simbólica derivada de los procesos de contacto con el mundo cultural. Dejan de ser “cosas en si” para adquirir el status existencial de “para sí”, de portadoras de sentido. Es decir, para utilizar una palabra habitual que designa este hecho, los objetos se cargan (colman). ¿De qué? Del sabor y la intención humana. Además de este fenómeno, las cosas pueden dejar de ser solo entes por medio de un ritual de consagración. Tal como ocurre, por ejemplo, cuando un edifico, hasta ayer una construcción material, se bendice como templo y se constituye, a partir de ese momento, en lugar sagrado. Lo mismo es posible hacer con una piedra: poblarla de significado. Esa piedra que al pasar por un proceso ritual se convierte en un generador de resonancia en la vida. Dínamo que ejerce una acción sobre la persona a partir de una conexión simbólica inconsciente cuyo nexo lo estableció la ceremonia de consagración inicial. Ha dejado de ser una piedra para transmutarse en una cratofanía, una piedra habitada de divinidad, de sentido.

(Eduardo Grecco)


 
 
 

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